lunes, 25 de abril de 2011

El punto


Su deseo antes de morir fue encontrar el punto exacto donde se encuentra la poesía, cosa extraña en él ya que siempre se había considerado un poeta.
Apenas sintió el más leve aroma a muerte empezó su búsqueda.
Aquel 28 de febrero abrió la puerta de su casa para emprender lo que él consideraba su destino y fue ese mismo día, en ese mismo instante en que se dio cuenta que no sabía por dónde empezar.
Pasó todo el primer mes mirando, observando y siguiendo a las jóvenes hermosas. Buscaba la poesía en sus zapatos de tacos altos, seguía la búsqueda por la costura de sus medias y cuando llegaba al límite de sus polleras se detenía. La poesía nada tiene que ver con el sexo, pensaba e iba tras otras. De tanto en tanto esos límites se volvían confusos ya que el largo de las faldas varía según el estilo, edad y profesión de sus portadoras y, también de tanto en tanto, cruzaba esos límites y, mientras se desplazaba por esos caminos, en una de tantas, creyó encontrar lo que buscaba, un hilo que lo conduciría al punto exacto donde se encuentra la poesía.
Ella, pelirroja, joven, sonriente y casi desnuda, él, en cambio, casi calvo, viejo, cada vez más serio y aún vestido. Se acercó cauteloso, apoyó tímidamente su mano sobre una rodilla tibia y suave. Su mano áspera fue recorriendo zonas vedadas para la mayoría de los hombres. Mientras avanzaba, un hilo blanco que colgaba de una pieza diminuta lo detuvo en seco. Era como si toda su femineidad se hubiera concentrado en ese punto. Definitivamente eso era poesía.
Ese pedazo de tela se había convertido en la expresión más pura de lo femenino.
Poco tiempo después se preguntó si la poesía podía ser masculina, después de todo él era un hombre y era poeta, así paso el segundo mes buscando entre los hombres.
El 28 de marzo se presentó en una obra vial, pasó junto a los obreros intentando respirar el mismo aire que ellos, intentando pisar la misma tierra con sus mismas fuerzas, intentó imitar cada uno de sus movimientos y hasta su sudor. Pensó en el viejo Bertold, él sí que sabía, por eso es que se ofreció a trabajar sin cobrar un solo centavo, el viejo poeta seguro que lo había encontrado en un lugar como este.
Tres días más tarde intentó levantarse para continuar la búsqueda pero una madeja de músculos enredados se lo impidió, el dolor de sus manos rasgadas por el trabajo era el resultado de su camino a la poesía, al punto exacto donde está la poesía. La poesía duele, se dijo, intentando convencerse, para no volver a trabajar. De todas formas debía seguir buscando aunque pasé el resto del mes intentando recuperar sus fuerzas.
El tercer mes de esta aventura también sería el último mes de su vida.
Casi por obligación pensó en buscar en el silencio, cosa casi imposible de encontrar en las ciudades, por más pequeñas que sean, así que cargó una mochila con algunas provisiones y se instaló en una montaña. Al llegar, se sentó a escuchar el silencio, dos horas más tarde se deshizo de la idea, la mochila, las provisiones y el silencio, la poesía no es aburrida o al menos no debería serlo, dijo y emprendió el camino de regreso.
Mientras volvía aprovechó a buscar en las piedras (duras y frías), en los árboles (demasiado autosuficientes) en el viento, en la tierra, en cada una de las cosas que veía.
Estaba viejo y sabía que ya no tenía tiempo.
Guido murió en medio de ese tercer mes. Nunca supe si realmente encontró lo que buscaba, lo que sí puedo asegurar es que yo la encontré en sus manos el mismo día de su muerte. La encontré en un pedazo de papel firmado por un tal Gustavo Adolfo.

El mendigo

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