miércoles, 21 de diciembre de 2011

La mamita


El cielo estaba vestido de fiesta, como cada rincón de este escenario, todos, cada uno de los colores se abrían paso entre las pupilas de los asistentes para danzar en el aire, la tierra, jugar en medio del viento a tal punto que uno no sabe quien guía a quien. Eso era agosto, como si eso fuera poco, solamente agosto.
La vi llegar casi arrastrando sus pies y en la mano un bastón que le servía de apoyo, el rosto curtido por los años, el frio, el calor, la sequia, sus trenzas reflejando a cada paso cada uno de los rayos del sol y su nombre bajando por las montañas como un susurro que se mezclaba con los sonidos de los sikus,para bailar con ella tomándole las manos, para ayudarla a llegar al punto de encuentro de la única manera que puede llegar, con alegría. Un punto de encuentro que estaba fijado desde hace años y nadie recuerda que haya faltado alguna vez.
Sólo diez metros la separaban de ella, de María, sólo diez metros y a cada centímetro, porque así avanzaba ella, de a centímetros, cada una de las miradas que la acompañaba se iban iluminando y se acercaban para abrazarla.
Poco a poco, paso a paso la vi acercarse a ella, tomarle las manos y besarlas.
Aquí estoy, mamita, llegué- dijo mientras buscaba sus ojos. Yo me acerqué silencioso, casi como un ladrón y de hecho, de haber interrumpido esa escena lo hubiera sido, pero no podía perderme esa imagen, esa que conservo todavía como uno de mis tesoros más grandes.
Ahí estaban esas dos mujeres frente a frente, una de barro cocido por el sol, la otra blanca, radiante, una con la boca llena de palabras otra de puro silencio, ambas con los ojos fijos en el cielo.
Ella, la mujer de las trenzas de plata no lloraba, no sé si alguien más lo notó, pero yo vi rodar una lágrima en la mejilla de yeso.
ahí fue cuando volvió la cabeza hacia mí y me dijo –llévala con nosotros hijo.
Y eso hice

El mendigo

jueves, 1 de diciembre de 2011

palabras


Agarrar una palabra,
tirarla sobre la mesa
o sobre la tierra
como quien arroja una piedra
a su agresor
a una tumba
o al olvido.
Arrojarla es,
a fin de cuentas,
lanzarla a vivir

El mendigo

viernes, 25 de noviembre de 2011

Mujeres


Hay mujeres cuya belleza se nos tatúa en la pupila, mujeres cuya imagen no se nos borra nunca. Ella era una de esas mujeres, una de esas a las que se nos está prohibido olvidar.

La conocí cuando dejaba de tener esos rasgos de niña y pasaba a convertirse definitivamente en una mujer, los muslos fuertes sobre una piernas largas y torneadas, los pechos como duraznos deseosos de regalar su miel, cada centímetro de su cuerpo iba acompañando del vaivén de su caminar, cada mechón de pelo iba atrapando las miradas y escondiéndolas para siempre en el desorden de los bucles que desafiaban hasta al viento para jugar con él, con todo lo que se cruce en su camino.

Aquel día, cuando la vi por primera vez, tenía todo el futuro y el sexo por delante, aunque este último mucho más cerca. Por cada paso que avanzaba hacia su madurez, recibía miles de piropos, insinuaciones y propuestas de las más variadas, desde amor eterno hasta una noche llena de pasión y lujuria, y es que su andar, su simple presencia, era capaz de despertar cualquier sueño, cualquier esperanza.

Poco a poco su fama fue atravesando las calles del barrio y ya no éramos los únicos que salíamos a la calle para ver si la suerte nos acompañaba, aunque más no sea para verla pasar por la vereda de enfrente, también se acercaron los muchachos mas galanes de los barrios vecinos y de otros más alejados, también cuentan, yo no los he visto, que llegaron de otros pueblos con la esperanza de llevarla. Pero ella sólo miraba y sonreía, y a decir verdad para algunos de nosotros eso ya era demasiado.

Pasaron los años y ella seguía acumulando los deseos de los hombres, maduros y jóvenes y también, ¿por qué no decirlo? De algunas mujeres, pero ella solo nos sonreía. Por cada mirada, verso, piropo o propuesta, decente o indecente, ella iba aumentando en belleza. Sus ojos cada vez más azules, sus labios se cubrían con un brillo inexplicable y su andar…que decir de su andar, capaz de provocar un orgasmo a la distancia, de esos que hacen temblar la tierra.

Tal vez fue la desilusión de esperar algo que nunca tendremos, les aseguro que no hay nada más frustrante, o que cada vez se sumaban más pretendientes y en consecuencia uno sentía que tenía más contrincantes, incluso uno miraba con recelo a sus propios amigos o tal vez fue que nos acostumbramos a su belleza, a su andar. No lo sé, pero de pronto uno a uno dejamos de pensar en ella. Poco a poco, las calles del barrio dejaron de tener el paisaje lleno de turistas bien vestidos a la espera de que ella salga y quedamos los mismos idiotas de siempre e incluso algunos menos, porque muchos no soportaron saber que ella estaba por esas calles y que ellos no estaban ni en su futuro ni en su sexo. La melodía de las calles también cambió, ya no se oía esa sinfonía de silbidos, bocinazos ni gritos clamando por su amor, su cama o, aunque más no sea, su sonrisa.

Yo también me fui, me case y tuve hijos, no había vuelto a pisar el barrio, temeroso por su recuerdo o su imagen. Tenía miedo de aparecer por esas calles y que otra vez, como en aquellos tiempos, mi mirada se enrede en una mata de pelos negros y no poder liberar mis ojos y mis pensamiento del movimiento pendular de sus pasos o lo que es peor aún, de además de quedarme hipnotizado ante su belleza verla pasar de la mano de algún otro salame que seguramente no se merecía semejante belleza. Pero el destino es traicionero y otra vez me llevó por las calles donde todavía está flotando su perfume. Café de por medio, tímidamente, casi con temor de escuchar la respuesta, pregunté por ella.

Mi interlocutor me clavó una mirada fulminante, encendió un cigarrillo y, mientras jugaba con el humo en su boca, me dijo que no la había vuelto a ver desde hace años. Me contó que todo empezó cuando muchos de nosotros habíamos abandonado el barrio, nosotros, los de los barrios vecinos, los extranjeros, cuando los pocos que se quedaron empezaron a bajar la mirada al cruzarla por la calle, poco a poco los silbidos y los suspiros fueron apagándose hasta que todo a su paso se inundaba de un silencio sólo comparable con la tristeza, con la nostalgia del tesoro perdido.

Al poco tiempo su sonrisa se fue borrando de su cara angelical, su pelo ya no tenía ni fuerzas ni ganas de jugar con el viento y sus pasos…sus pasos ya no dejaban esa huella indeleble que había marcado en las veredas y en las pupilas de cada ser vivo que se cruzaba en su camino. Bajó de peso en muy pocos días, e incluso se la empezó a ver más baja, algunas arrugas aparecieron en su cara, era definitivamente otra mujer.

Paradójicamente empezó a recorrer más seguido las calles del barrio, e incluso los bares y boliches cercanos, cuentan que era común verla en algún rincón buscando con una sonrisa alguna mirada, una palabra, un suspiro… lo que sea. Nada.

Se había vuelto totalmente accesible. Pero ella ya no era ella, ni siquiera una sombra de la mujer que todos deseaban, deseábamos.

La indiferencia fue desgastándola, literalmente, su cuerpo fue desapareciendo hasta que un día ya no estaba.

Cuando ella desapareció, me dijo, volvimos a respirar tranquilos. En ese momento levanté la vista y una rubia se me tatuó en la pupila.

El mendigo

lunes, 21 de noviembre de 2011

Magdalena


Hacía falta una sentencia ejemplificadora y así se hizo…

Esa niña fue lapidada a monosílabos

El mendigo

viernes, 11 de noviembre de 2011

Peces


¿Será posible que los peces naufraguen?

El mendigo

jueves, 8 de septiembre de 2011

Sequía



Cuando aquella noche ella le dijo que se iba, lo único que atinó a decir fue: ¿querés un café antes de irte?, ella lo miró extrañada, suspiró y agachó la cabeza, agarró sus cosas y cruzó la puerta sin levantar los ojos del piso.

Aquellas palabras le habían perforado el alma, pero él estaba dispuesto a no demostrarlo. Tal vez por eso, todas las lágrimas que se había tragado buscaron una vía de escape, si no era por sus ojos encontrarían otro lugar por donde salir.

Tal vez no quiso darse cuenta, pero las señales no tardaron en llegar.

La primera apareció exactamente a la mañana siguiente, se cepillaba los dientes con los ojos perdidos en el espejo, inmutable, como si el mundo no fuera capaz de penetrar las sólidas paredes de su casa, como si él no fuera capaz de penetrar en el mundo y vivir en esa dependencia mutua que el común de la gente tiene. Hizo un buche de agua, la sal se depositó en su boca, recorrió cada rincón, remojando todas las palabras que todavía estaban escondidas entre mus muelas. Hizo un esfuerzo terrible para no escupir ni el líquido que inundaba su boca ni las palabras que navegaban en un mar en miniatura. Apretó los ojos y tragó.

Era un hombre práctico, así que encontró la solución prácticamente de inmediato, dejó de cepillarse los dientes, después de todo era sólo una convención social que lo único que hacía era hacerlo perder el tiempo. Muchos sostienen que esto fue lo que causó que se les cayeran los dientes, yo, por mi parte, creo que caer y callar tienen una raíz en común.

Casi en el mismo momento dejó de tomar el agua que circulaba por las cañerías y optó por no bañarse y en caso de que fuera absolutamente necesario, pagaba un hotel donde podría hacerlo. No había sentido nada extraño en la ducha, pero, como además de práctico también era previsor, consideraba que no era necesario arriesgarse.

Poco tiempo después despertó con el costado izquierdo de la cama empapado. La escena se repitió durante toda una semana regularmente. Cada mañana al despertarse, el mismo costado totalmente mojado. Durante toda la semana, al levantarse, tenía que estrujar las sábanas, y ponerlas al sol para que evapore el líquido de la noche anterior, cuando se secaban, parecían almidonadas. Pero esto no iba a influir en su vida más de lo que ya lo había hecho, así que decidió dormir en el piso, secar sábanas no estaba planeado en su rutina. Obviamente esto le trajo sus consecuencias, a partir de aquella noche empezó a portar un dolor de espalda que lo obligaban a caminar encorvado, como mirando el piso, aunque yo tengo la teoría de que lo que lo agachaba era el peso de las palabras que todavía habitaban su boca y habían crecido y no sólo eso, se habían reproducido.

El tema de la comida fue el de más rápida solución, teniendo en cuenta que no sólo consideraba a la cocina como una actividad estrictamente femenina, también le resultaba una molestia, así que día a día una mujer le llevaba una bandeja con la comida preparada, nunca se supo si es que en realidad la comida le resultaba apetitosa, pero sabemos que para él, comer era una actividad necesaria que no tenía por qué implicar ningún placer.

Así lo pensaba él, también utilizaba la misma bandeja que después tiraría por no tener que lavar los platos, al fin de cuenta, pocas cosas son tan molestas como la vajilla sucia.

Un tiempo después ya no recordaba por qué había dejado de cepillarse los dientes ni por qué dormía en el piso, pero estaba seguro que algún motivo habrá tenido, así que no volvió a intentarlo nunca más, lo único que falta es que un hombre dude de sus propias decisiones, pensaba.

Una noche mientras comía sumergido en su silencio, una gota explotó justo sobre la milanesa que tenía enfrente. Pocos segundos después cayó otra y otra y otra más. Pensó en no darle importancia, de hecho no lo hizo. Levantó la bandeja y a partir de ese momento empezó a comer debajo de la mesa que le servía como un techo ante la lluvia que cada vez se hacía más constante.

Dos días después, el sonido de las gotas empezaban a molestarlo, agarró una maza y empezó a buscar la fuga en algún caño roto. Para su sorpresa no había ningún caño que recorra el techo de su casa, así que tuvo que aprender a convivir en medio de baldes y palanganas cuando las gotas no sólo caían desde el techo, sino también desde las paredes. También tuvo que cambiar los zapatos por botas de goma y hacer una especie de canal para desagotar la casa, sobre todo en el rincón que había elegido para dormir. En un principio pensó en utilizar el agua que recorría su casa como un sistema de riego, después recordó que nunca tuvo plantas y no iba a empezar a tenerlas ahora sólo porque su techo se haya empeñado en llover.

Muchos adjudican a este tiempo el hecho de que él haya contraído una tos contante, por mi parte, sostengo que los ruidos que emitía eran causados por una revuelta interna entre las palabras que, a esta altura, habían armado una colonia en su boca.

Transcurrido un año de aquella noche en que ella le anunció que se iba, él se había convertido en otra persona. Le quedaba poco pelo en la cabeza, una barba larga y descuidada, se notaba que había bajado mucho de peso, contrajo reuma, una bronquitis crónica y la piel le estaba recorrida por interminables surcos parecidos a los canales de desagüe que él había construido en su casa.

Muchos consideran que estos surcos fueron ocasionados por una larga exposición al agua y la sal, en cambio yo creo que esos surcos son el producto de una sequía que él mismo había provocado.

No sabemos cuánto tiempo vivió de ese modo, digo, en medio de palanganas, durmiendo en el pis y poco higiénico. Sabemos, eso sí que la mujer dejó de llevarle la comida, excusándose en que había que llegar nadando hasta su puerta. También sabemos que hubo un momento en que su sistema de canales ha quedado chico y él ya no tenía las fuerzas ni las ganas para mejorarlo.

Exactamente veintitrés meses con veintinueve días y veintitrés horas después de aquella noche, la marea de su casa empezó a subir. Ya no eran las gotas gordas y constantes que simulaban una lluvia tropical, las que caían por el techo y se deslizaban por las paredes, eran chorros dignos de cualquier fuente de aguas danzantes de cualquier rincón del mundo. Tiempo después supimos que su casa se había convertido en un manantial de lágrimas, aquellas no lloradas a tiempo.

Mientras dormía, esas lágrimas que inundaban la casa, lo abrazaron, lo levantaron como a un niño recién nacido, lo mecieron hasta que cayó el último sueño de su vida. No sabemos si fueron las lágrimas o la casa que decidieron depositarlo justo en la puerta por donde ella había salido. Lo encontré con una gota plateada en el borde del ojo. Lo abracé y no supe que más hacer sino llorar.

El mendigo

viernes, 22 de julio de 2011

Aguas


La lluvia cayendo constantemente, queriendo lavar la tierra. El agua de un río que, en una correntada, se llevará todo. El agua de una acequia. El agua del mar, agitándose constantemente, abarcando todo.

Agua mojando continuamente la tierra que se convertirá en barro.

El sudor, cayendo por las frentes, surgiendo de la piel como si fuera un manantial, sudor de amantes, de trabajadores, de hombres y mujeres que viven día a día por no morir.

Aguas, que corren buscando un pecho donde ocultarse, aguas de alegría de pasión, de impotencia. Lágrimas.

La sangre cayendo de a gotas, de a borbotones. Sangre que se lleva la vida, sangre que anuncia que la vida es posible, sangre que corre, que se escapa buscando volver a la tierra.

Todo, gota a gota, llenando un vaso que siempre está a punto de rebalsar.

Todo es agua.

El mundo una pecera, yo un pez que NADA.

miércoles, 13 de julio de 2011


Me llama tu recuerdo desde el olvido

Me llama oscuro

En secreto

Me llama entre la noche

En penumbras

Me llama con voz entrecortada

Dudosa

Me llama…

Respirando niebla

Fumando oscuridad

Me llama...

Y no recuerda mi nombre

Peor aún

Está tachado en el futuro

Que no podrá ser recuerdo.

El mendigo

martes, 28 de junio de 2011

nn


Las gotas de lluvia se oían sobre el techo de chapa, mientras otras, las más audaces, se colaban por los rincones desprotegidos.

La calle, como siempre en estos días estaba inundada y él, como siempre en estos días, con el vaso ya vacío.

Agarró un arma y temblando se la llevó a la sien. Apretó el gatillo y le hizo un enorme agujero al mundo.

El mendigo

lunes, 13 de junio de 2011

pasos


Allá en el horizonte me espera la muerte.

Me voy acercando lentamente, muy lentamente.

Cuando estoy a un metro de distancia, ella abre los brazos para recibirme mientras esboza una sonrisa.

Al menos he tenido la decencia de tener amores imposibles, digo casi como un susurro.

Doy mis últimos pasos para morir en sus labios.


El Mendigo

miércoles, 25 de mayo de 2011

El mendigo


Señoras, señores, niños, niñas, tengan ustedes muy buenos días, buenas tardes y buenas noches.

Permítanme presentarme, soy un pobre mendigo y estoy encabezando una pequeña, aunque necesaria colecta. No se apresuren a meter las manos en sus bolsillos, lo que pido es imposible ser guardado en un lugar tan pequeño. Esta colecta apunta, principalmente a favorecerme a mí, aunque hay muchos otros que también podrán ser favorecidos por su generosidad.

Si la dama, el caballero, la niña o el niño son tan amables de colaborar con este pobre mendigo, les agradecería que aporten con una voz, una simple y sencilla palabra, una de amor, de odio, de venganza, un insulto, un agradecimiento, una mentira, una verdad.

Muchas gracias.

lunes, 23 de mayo de 2011

Viaje a destiempo


El profesor Timoty O’Clock, había descubierto la forma de viajar en el tiempo. Lamentablemente fue a una época en la que él no existe.

El mendigo

martes, 17 de mayo de 2011

La salida


Hace tanto que no salimos…cómo me gustaría volver a salir, estar en con mis amigos, hace tanto que no los veo. ¿Te acordás, de aquellos tiempos?, ya sé que no te querés acordar, pero bueno…extraño, ¿qué querés que haga? Era tan difícil encontrarnos en un lugar cerrado, siempre estábamos bajo el sol o las estrellas, hablando o planificando alguna diablura. Qué lindos momentos, y ahora nada. Sí, ya sé que las cosas han cambiado, más bien, nuestra vida ha cambiado, un vuelco rotundo, diría mi vieja…cómo la extraño a ella también. Lo primero que deberíamos hacer es ir a visitarla ¿no te parece? ¿Hace cuánto que no la vemos? ¡No me mirés así! Ya sé que te molesta…pero tengo derecho a extrañar o ¿no tengo derecho?... ¿Cuándo vamos a ir? Ya sé que ahora no podemos, no digo hoy o mañana pregunté cuándo. Mirá mejor con vos no hablo.
Y el Negro ¿qué será de la vida del Negro? ¿seguirá con la petisa?, era re jodida la enana esa, ¿te acordás como lo gastábamos cuando la enana lo cagaba a pedos delante de todos? Él quería dejarla o eso decía, pero para mí que estaba hasta las bolas, es lo que él necesitaba una mina así que lo controlara, a vos te hubiera venido bien una así, creo que no hubieras hecho tantas cagadas si alguien te hubiera controlado un poco, no digo un sargento pero una que más o menos te domine, que frene, te exija que estés un rato con ella, si no mírate…miranos, aquí encerrados, extrañando todo… ¿no sé por qué extraño tanto?
Después de todo aquí no nos falta nada…bueno, es verdad, sí falta, pero al menos comemos todos los días y por otra parte siempre hay algo que hacer.
Pero quiero salir, a dar una vuelta al menos, pasear un rato, sentarme en una plaza a fumar un cigarrillo, tomar algo no sé…ver gente nueva y la vieja también, saber cómo los ha tratado la vida, en qué andan…qué se yo… esas cosas que hace la gente.
¿Qué me mirás con esa cara? A caso ¿vos no querés salir? Dale se bueno, nos organicemos para salir una de estas noches…te dije que no me mirés así…sabes qué, vos quedate aquí agarrado a esas rejas y te mando una carta desde afuera.
El mendigo

miércoles, 11 de mayo de 2011

Escritor


-Hace ya varios años…
-No mientas…
-Bueno, hace ya varios minutos…he decidido ser escritor
- escribí entonces…
-sí, lo que pasa que para ser escritor no hace falta solamente escribir, también hace falta tener algo de qué escribir
- Escribí un cuento
- eso es! Voy a escribir un cuento
- que cuento vas a escribir?
-ehhh, eso no sé
- uhh, al final, vos querés ser escritor pero no escribís nada
- pero, lo que pasa es que escribir un cuento es como contar una historia.
-y… contala
- sí, la cuento, lo que pasa es que no sé qué historia contar.
- y…contá la de Tito
-¿cuál?
- esa, que se perdió en el río
- haa, esa. ¿vos decís cuando se fue con Pablo?
- No la que se fue con Julio
-cuándo fueron a pescar?
-sí, esa
- ya me acuerdo, que Tito y Pablo se
-Julio, salame, era Julio
-bueno, Tito y Julio se fueron al río ese que está…¿qué río era?
-no sé…deberíamos preguntarle
-sí, no vaya a ser cosa que estemos mintiendo, porque una cosa es querer ser escritor y otra, muy distinta es querer ser mentiroso
- en eso tenés razón
- no entiendo a esos, que con la excusa de querer ser escritores vienen y te cuentan una historia que ni ellos se la creen y lo peor de todo es que hay gente que les cree y anda buscando tesoros, o yendo por el camino largo por miedo a los lobos
- sí, la verdad es que habría que ponerle multa a esos tipos, después uno anda preocupado por cosas que al final son mentiras. Mirala a mi tía Josefa, hace más de 40 años que no prueba una manzana por miedo a que esté envenenada.
-¿tu tía tenía madrastra?
- sí, y era una bruja, no de esas brujas que hacen magia, de las brujas de esas que conocemos nosotros…
-como la Francisca
- sí como esa…te acordás lo que nos hacía
- no me hagas acordar que me pongo verde de pura bronca
- ¿cómo el increíble Hulk?
-sí, como ese…hablando de ese, otra gran mentira…y no sólo ese, el otro también el que volaba
- el superman
-no, bah, ese también, pero yo decía el otro
- igual, no importa, o, mejor dicho no hay que darle importancia, porque si no uno se pasa la vida mirando al cielo esperando que llegue alguien a ayudarlo…y nada
-te acordás lo que sufríamos en la escuela, te juro que yo esperaba que llegara algún día para rescatarnos
- te dije que no hay que darle importancia. Vos no tenés que ser un escritor de esos que escriben historias de mentira
-tenés razón, voy a ser un escritor de historias de verdad
-bueno ahora tenés que escribir
-y…¿qué escribo?
-la historia de Tito, ¿no dijimos?
- ahh, sí…pero no me acuerdo en que río fue
- no importa, después lo llamamos y le agregás el nombre al río
- … … … y… ¿cómo empiezo?
- y como empiezan los cuentos
Había una vez…
El mendigo

jueves, 5 de mayo de 2011

La gota de tinta


Una lágrima negra cayó sobre el papel y desató la más hermosa y terrible tormenta de la historia.

El mendigo

miércoles, 4 de mayo de 2011

El primer recreo de quinto grado


Hoy no es cualquier día, bah… sí, en realidad lo sería para cualquiera de ustedes, no para mí, hoy es el primer día de clases, hoy es mi primer día como alumno de quinto grado, que no es cualquier grado, hoy, en este primer día, voy a pasar definitivamente al otro lado, no sé si se me entiende, hoy voy a estar del lado de los “grandes”, no de los grandes grandes, como mi papá o como las seños, no, de los chicos pero grandes, cualquiera podría decir que eso ya empezó el año pasado cuando estábamos a más de la mitad de la primaria, pero no es tan así, en cuarto uno recién se va adaptando a este universo de no ser de los chiquitos o, como dice la seño directora, los pequeñitos, como si la palabra pequeño necesitara un diminutivo ¿acaso esta mujer no sabe que uno pelea contra eso desde que aprende a caminar? ¿No tendrá hijos que le dijeron no soy chiquito?, calculo que es algo de mujeres, mi mamá también siempre está con eso de “mi bebé” y cosas por el estilo, pero por suerte también están los papás, que si bien siempre nos besuquean y a pesar de ya tener diez años, insisten en darnos la mano para cruzar la calle, por lo menos no nos dicen bebé.
En fin, pareciera que uno espera toda la vida para este momento, el de ser grande, pero para mí tampoco ese es el motivo de esta ansiedad. Debo confesar que casi no he dormido esperando que termine la noche, que dicho sea de paso es más larga de lo que uno supone cuando duerme, de todas formas cuando escuché que mi papá se levantó y se preparó el mate, me tapé hasta la cabeza haciéndome el dormido. No quería que él se diera cuenta de mi ansiedad, porque de seguro sabría que no es por ir otra vez a la escuela que, si bien nunca la pasé mal, prefiero salir a andar en skate o jugar al futbol, aunque en esto último no soy muy bueno, incluso diría que soy mejor estudiante que futbolista.
Lo escuchaba deambular, ir de aquí para allá, yo pensaba que se estaba tardando demasiado y me aterraba la idea de llegar tarde. Insisto, el tiempo pasa mucho más lento en los momentos que uno debería dormir y no lo hace, creo que por eso dormimos, para no aburrirnos, imaginen la cantidad de goles que haríamos en una noche entera, la cantidad de “trucos” en el skate, la cantidad de historias de terror que nos contaríamos, y al final aburridos, hartos de la pelota, los skates y las historias, en pocas palabras, un embole.
Escuché sus pasos acercándose a mi puerta, cerré los ojos con fuerza para no tentarme a espiarlo y me dispuse a esperar un “corazón… ya es hora de levantarse…” que no tardó en llegar, yo no podía distraerme en mi actuación así que cumplí con todos los rituales que exigen el momento como darme vuelta para el otro lado, taparme la cabeza con la almohada y volver a esperar un “vamos…que se hace tarde”.
Me levanté con los pies pesados, como siempre, bah… como siempre en época de clases, durante el verano me levantaba prácticamente corriendo para salir a jugar con los chicos del barrio, pero esta vez, él no podía sospechar nada. También olvidé cepillarme los dientes, como siempre a la espera de un “cepíllate los dientes…” mientras me prepara una leche con chocolate que seguramente no voy a tomar como de costumbre, él lo sabe y yo lo sé, pero es algo que hay que cumplir. Dicho y hecho, todo como lo he planeado hace ya 3 años.
3 años, cómo pasa el tiempo, creo que ha pasado más lento la noche que estos tres años. Parece que fue ayer cuando la vi entrando al grado conmigo, a mí mismo grado, el año anterior ella había ido al jardín con la seño Cristina y yo con la Seño Roxana, así que mucha bola no nos dimos, pero en primero ya éramos compañeros y eso, aunque no lo quieran creer, cambia mucho las cosas, uno la empieza a ver de otra manera, ya no era la nena linda del otro jardín y pasó a convertirse en “mi compañera”.
Lo admito, me enamoré en ese momento y creo que todos se dieron cuenta, incluso ella y lo que es peor, la seño, por eso fue que dijo “no quiero novios aquí…son muy chiquitos todavía…” otra vez la mujeres y su obsesión.
No tuve más remedio que vivir un año junto a ella sin poder decir nada, pero las cosas cambiarían, todo cambia, tarde o temprano las cosas cambian, el año que viene, pensé ya no voy a ser chiquito ni ella chiquita y me va a escuchar. Qué equivocado que estuve, el primer día del segundo me enteré de la verdad, la triste verdad, uno va a ser chiquito hasta los diez años, mierda, dije para adentro, porque otra cosa que no podemos hacer los chicos, chiquitos o pequeñitos, elijan la palabra que les parezca mejor a fin de cuenta es lo mismo, es decir malas palabras. Diez años y yo recién acababa de cumplir siete. Empecé a hacer cálculos, para algo me iba a servir ser bueno en matemáticas, “tengo siete y estoy en segundo, ocho en tercero, nueve en cuarto y por fin diez, en quinto”, en ese momento decidí que tenía que esperar hasta el quinto grado, hasta el primer recreo de quinto grado. Hasta hoy y en dos minutos tocan el timbre.

El mendigo

lunes, 25 de abril de 2011

El punto


Su deseo antes de morir fue encontrar el punto exacto donde se encuentra la poesía, cosa extraña en él ya que siempre se había considerado un poeta.
Apenas sintió el más leve aroma a muerte empezó su búsqueda.
Aquel 28 de febrero abrió la puerta de su casa para emprender lo que él consideraba su destino y fue ese mismo día, en ese mismo instante en que se dio cuenta que no sabía por dónde empezar.
Pasó todo el primer mes mirando, observando y siguiendo a las jóvenes hermosas. Buscaba la poesía en sus zapatos de tacos altos, seguía la búsqueda por la costura de sus medias y cuando llegaba al límite de sus polleras se detenía. La poesía nada tiene que ver con el sexo, pensaba e iba tras otras. De tanto en tanto esos límites se volvían confusos ya que el largo de las faldas varía según el estilo, edad y profesión de sus portadoras y, también de tanto en tanto, cruzaba esos límites y, mientras se desplazaba por esos caminos, en una de tantas, creyó encontrar lo que buscaba, un hilo que lo conduciría al punto exacto donde se encuentra la poesía.
Ella, pelirroja, joven, sonriente y casi desnuda, él, en cambio, casi calvo, viejo, cada vez más serio y aún vestido. Se acercó cauteloso, apoyó tímidamente su mano sobre una rodilla tibia y suave. Su mano áspera fue recorriendo zonas vedadas para la mayoría de los hombres. Mientras avanzaba, un hilo blanco que colgaba de una pieza diminuta lo detuvo en seco. Era como si toda su femineidad se hubiera concentrado en ese punto. Definitivamente eso era poesía.
Ese pedazo de tela se había convertido en la expresión más pura de lo femenino.
Poco tiempo después se preguntó si la poesía podía ser masculina, después de todo él era un hombre y era poeta, así paso el segundo mes buscando entre los hombres.
El 28 de marzo se presentó en una obra vial, pasó junto a los obreros intentando respirar el mismo aire que ellos, intentando pisar la misma tierra con sus mismas fuerzas, intentó imitar cada uno de sus movimientos y hasta su sudor. Pensó en el viejo Bertold, él sí que sabía, por eso es que se ofreció a trabajar sin cobrar un solo centavo, el viejo poeta seguro que lo había encontrado en un lugar como este.
Tres días más tarde intentó levantarse para continuar la búsqueda pero una madeja de músculos enredados se lo impidió, el dolor de sus manos rasgadas por el trabajo era el resultado de su camino a la poesía, al punto exacto donde está la poesía. La poesía duele, se dijo, intentando convencerse, para no volver a trabajar. De todas formas debía seguir buscando aunque pasé el resto del mes intentando recuperar sus fuerzas.
El tercer mes de esta aventura también sería el último mes de su vida.
Casi por obligación pensó en buscar en el silencio, cosa casi imposible de encontrar en las ciudades, por más pequeñas que sean, así que cargó una mochila con algunas provisiones y se instaló en una montaña. Al llegar, se sentó a escuchar el silencio, dos horas más tarde se deshizo de la idea, la mochila, las provisiones y el silencio, la poesía no es aburrida o al menos no debería serlo, dijo y emprendió el camino de regreso.
Mientras volvía aprovechó a buscar en las piedras (duras y frías), en los árboles (demasiado autosuficientes) en el viento, en la tierra, en cada una de las cosas que veía.
Estaba viejo y sabía que ya no tenía tiempo.
Guido murió en medio de ese tercer mes. Nunca supe si realmente encontró lo que buscaba, lo que sí puedo asegurar es que yo la encontré en sus manos el mismo día de su muerte. La encontré en un pedazo de papel firmado por un tal Gustavo Adolfo.

El mendigo